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La foto es de Miriam Cardoso de Souza en Flickr | |
El voluntariado social se construye sobre la base de sinergias
continuas de complementariedad. Sinergias entre los propios
voluntarios, entre el voluntario y las estructuras de la organización
para coordinar y ejecutar las acciones de acuerdo a objetivos
coherentes. Sinergias con otras organizaciones para conseguir
resultados sociales de mayor calidad y cohesión social.
Y
cómo no, sinergias entre el voluntario social y el propio beneficiario
de su acción; ya hemos dicho que el voluntario debe participar en la
medida de sus capacidades en la resolución de los conflictos de aquél.
La voluntad puesta en esta labor debe ir acompañada muchas veces por
una voluntad del beneficiario, especialmente en procesos de
reinserción. Esto crea una red paradójica de trabajo en equipo en la
que todos somos imprescindibles aunque el trabajo no dependa de ninguno
de nosotros en concreto.
No se deben confundir los
sentimientos de responsabilidad con los de culpa, un mal aliado para
desempeñar nuestra acción voluntaria, aunque, sin duda, actúa en
numerosas ocasiones en las motivaciones que tiene una persona para ser
voluntaria.
Uno debe pararse a reflexionar qué se pide a
sí mismo y, con responsabilidad, hacer un esfuerzo por colaborar en el
bienestar de los que tiene alrededor. Traspasar el límite de la
responsabilidad y la reflexión nos lleva a una visión dramática y
auto-culpabilizadora. Como reacción, es muy probable que tarde o
temprano llegue una actitud escéptica, cínica y derrotista motivada por
la decepción de no poder hacer más de lo que está en nuestras manos. La
virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer.
Los
complejos de culpa a veces están radicados en una visión del mundo y de
las injusticias muy unidas a nuestra vida que no debemos proyectar en
nuestro servicio de voluntariado. El que da lo que puede no está
obligado a más.
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