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La foto es de Atelier Teee en flickr | |
Siempre ha habido personas generosas que se han preocupado por los
demás con motivos religiosos, políticos o altruistas. Pero el fenómeno
sociológico del voluntariado social, movido por la pasión por la
justicia y por la compasión transformada en compromiso es un fenómeno
que comenzó hace tres décadas. Al cabo de este tiempo hay signos de los
peligros que corre la generosidad de los voluntarios: partidos
políticos, gobiernos, sectas e intereses empresariales.
Cuando el candidato llega a una ONG, no se
le puede poner a trabajar sin más con los enfermos o con los niños, en
las cárceles o en cualquier otro servicio sin una formación adecuada.
La responsabilidad final de cualquier error y de la buena marcha es
la organización. Como no es gubernamental y se desenvuelve en la esfera
de la sociedad civil se rige por sus normas, aprobadas de acuerdo con la
legislación vigente.
El protagonista de la acción social del voluntariado no es ni la
organización ni el voluntario. Es el marginado, el excluido, quien
padece la injusticia. O la solidaridad es una respuesta ante una
desigualdad injusta o puede derivar en mera compasión o beneficencia. O
un sucedáneo que emponzoña la herida y se convierte en cómplice de los
responsables de esa situación injusta.
El candidato a voluntario debe escoger la asociación que mejor vaya
con sus preferencias y capacidades, y aquella tiene la obligación de
seleccionar a los candidatos más idóneos para las tareas del
voluntariado propio de esa organización. Es falso que cualquier persona
tenga derecho a entrar en cualquier organización. Y peligroso.
El voluntario tiene que sentirse a gusto cooperando física y
económicamente, de acuerdo con sus posibilidades, dentro de la
asociación que lo ha admitido, que lo ha formado y ayudado en sus tareas
de voluntariado, con una conducta acorde con los principios de la ONG. No cabe planteamiento asambleario alguno. El que no se sienta a gusto debe buscar otra organización en donde pueda estarlo.
El boom de las ONG toca techo y presenta
una cierta fatiga en relación al impulso de su primer fervor, por lo que
tienen que dar paso a los organismos que puedan prestar una ayuda
eficaz. Los voluntarios seguiremos militando en la lucha por la justicia
y por los derechos sociales para todos.
Si yo fuera alcalde de una ciudad, ni una sola persona dormiría en
la calle. Más bien, buscaría recursos para tratar de remediar su
necesidad y buscar su reinserción en la medida de lo posible. En Suiza
no duerme nadie en la calle.
En España, algunas personas salen de noche a dar café por admirable
compasión y algunos van más allá y lo hacen con compromiso para
denunciar esa situación inadmisible en una sociedad bien organizada,
pero no podemos perpetuarlo porque corremos el riesgo de crear
asistencialismo. Y el asistencialismo engendra dependencia.
Ha sido muy cínico cerrar los centros psiquiátricos y lanzar a las
calles a enfermos mentales que deberían de estar acogidos en adecuadas
residencias de salud. Los voluntarios deberían atender a esos excluidos
mientras avisan a la administración para que se haga cargo de ellos. Lo
mismo sucede en las prisiones, o con los inmigrantes, con ancianos que
viven solos, con enfermos terminales, con drogodependientes o con
cualquier marginado en donde se detecte una injusticia social, al tiempo
que se busque el medio de remediarla. No podemos contentarnos con
acompañar al marginado en su soledad y desgracia; esa conducta podría
ocultar algún desequilibrio que confundiera sujeto con objeto.
El voluntario es una persona que trabaja y cede parte de su tiempo
para ayudar en esa labor social. No es admisible que haya personas que
han hecho del voluntariado una forma de vida, cuando no una necesidad
cuestionable.
El voluntariado siempre será necesario porque aporta un plus de
humanidad, sin olvidar que lo que se debe en justicia no hay que darlo
en caridad. Nos movemos acuciados por la pasión por la justicia y, en
nuestra tarea, siempre subsidiaria, aportamos la delicadeza en el modo y
la firmeza en los fines.
Artículo de J. C. Gª Fajardo, miembro de SOLIDARIOS para el Desarrollo
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