La fuerza del voluntariado
Fecha: 28.08.2007 | Fuente: forumlibertas.com
Integrado por jubilados y estudiantes en su mayoría, han descubierto la radical indigencia de toda criatura, y el llamado a ayudar
 

Francesc Torralba Roselló

El auge del voluntariado social es uno de los síntomas de una transformación ante unos modelos de vida injustos. Durante mucho tiempo se han presentado a los voluntarios como personas extraordinarias que supieron ayudar a otros.

Es verdad que lo son, pero no constituyen una pequeña minoría social, sino un grupo relativamente numeroso. Integrado, fundamentalmente, por estudiantes y jubilados, este colectivo opera en distintos campos y contribuye, con su acción desinteresada, al desarrollo de nuestras sociedades y a su buen funcionamiento.

No se puede desestimar la fuerza del voluntariado en ámbitos como la acogida y alfabetización de inmigrantes extracomunitarios, la atención a la infancia y a los ancianos dependientes.

Más allá de los tópicos, los voluntarios son seres como nosotros que han sabido descubrir la radical indigencia de toda criatura y que han comprendido que, en el reconocimiento de la propia debilidad, están las raíces de la auténtica fortaleza.

En la Carta Europea para los Voluntarios y en la Declaración Universal sobre Voluntariado aprobadas en el Congreso Mundial de París de 1990, se caracteriza al voluntario social por la gratuidad, la continuidad, la preferencia, la responsabilidad personal y por el conocimiento, respeto y valoración de las diferentes personas y comunidades.

El voluntariado social nace de una exigencia ética contra toda forma de discriminación por causa de raza, sexo, creencias, cultura, situación económica, edad o ideas políticas participando en algún proyecto de solidaridad dentro de una organización humanitaria de experiencia contrastada.

Ni cabe un Estado providencial, con pretensiones de regularlo todo, ni es imaginable una sociedad utópica al margen de las instituciones públicas con grupos de presión que trastornen el orden social.

Un voluntariado con capacidad de organización sabe que existe un equilibrio fundamental entre la reivindicación y el compromiso personal que lleva a promover un cambio de estructuras coherente que se manifiesta en una vocación política orientada hacia el bien común.

El auténtico voluntario social, cuando supera la fase de la emotividad, del sentimiento, de la compasión y del ansia de consolar ante el dolor percibido como injusto, apuesta por el compromiso con propuestas alternativas.

El sufrimiento, las crisis, el abismo, el desconcierto o la miseria son una escuela, no buscada, pero auténtica. La regla de oro para distinguir el auténtico voluntariado social de otras formas de altruismo reside en comprobar que la denuncia y la propuesta alternativa son consecuencia de la pasión por la justicia.

La compasión no basta, aunque sea esencial para el compromiso. Una vez más, no se trata sólo de lo que hacemos sino de cómo lo hacemos.

Nada está más lejano de un auténtico voluntariado social que el intrusismo o el diletantismo. El voluntario no está para suplir puestos de trabajo, sino para hacer tareas que no podrían llevarse a cabo puesto que se trata de un modo de actuar que no se encuentra en el mercado laboral.

El auténtico voluntario nada tiene que ver con el diletantismo de los que se acercan por veleidad o por capricho y se sirven de los demás como si fueran objetos de su curiosidad o para experimentación. Lo que define al voluntario social es un compromiso serio y formal para cumplir funciones y tareas concretas dentro de proyectos previamente programados en común.

Ser voluntario, como dice Luis Aranguren, es pensar y vivir de otro modo; integrarse en una acción organizada; sentirse portador del inédito viable; cargar la voluntad de acción y la acción de determinación transformadora; pisar a fondo en la tierra de la exclusión para conocerla; saborearla y responder con conocimiento de causa; creer que los pasos del camino por andar son más importantes que el paso de la llegada; saber contar con el límite propio y comunitario; y aceptar que nuestra aportación es significativa; pero modesta; creer en nosotros mismos y en los demás y en que es posible modificar la realidad injusta y, finalmente, ser voluntario es agudizar al máximo los sentidos: el olfato, sentido de la anticipación; la vista, el sentido del asombro; el oído, sentido de la contemplación; el tacto, sentido de la ternura y de la ética del cuidado; el gusto, sentido de la sensibilización, el espacio, sentido de la existencia en común y el tiempo, como sentido de la medida.

En nuestra cultura, el voluntariado social es un latido positivo, una fuente de esperanza. El grado de civilización de una sociedad se percibe por el modo de tratar a los niños, a las mujeres y a las personas mayores.

El voluntariado social atiende, especialmente, a estos colectivos. Contribuye, pues, a que la solidaridad sea algo real y a que los demás no eludan responsabilidades, sino que se comprometan en acciones solidarias desde su peculiar circunstancia personal y social. Sin esperar a que se lo imponga o facilite el Estado ni a que se lo reconozca un partido político.

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