Hablando con Marcello Ingracia
Fecha: 29.09.2004 | Fuente: voluntari@s on line
Licenciado en Filosofía y Ciencias Humanas, formador internacional y Coordinador del Departamento de Intercambios Juveniles del Ayuntamiento de Turín desde 1994
 

¿Cuál es el papel del voluntariado en el mundo actual?

Si pensamos que en este mundo hay una falta de civilización, el voluntariado es una de las claves para mejorar la situación, para darle un sentido al hecho de formar parte de una comunidad y para cambiar las condiciones de vida, y eso no es poco. Tratar de mejorar el mundo representa “per se” algo enorme. Creo que nuestro momento histórico refleja muy bien la falta de civilización que vivimos. El voluntariado es esencial para contribuir al cambio social.

¿Qué es la participación?

Muchas veces cuando se trata de contestar a preguntas muy complejas como participación o ciudadanía, siempre se intenta dar una respuesta breve, buscar una solución rápida o encontrar la fórmula para definir un concepto complejo en el menor corto plazo. Esta manera tan superficial y estereotipada de definir un fenómeno complejo conlleva, muchas veces, una mala interpretación del mismo fenómeno y una manera muy parcial e inadecuada de enfrentarse a problemas que están relacionados con el mismo concepto. Es el caso de la participación (concepto) y de la falta de participación (problema) que afecta a todo el mundo occidental. Creo que poner en marcha un proceso de participación (sobre todo juvenil) requiere una postura muy radical: por un lado hay que comprender e interpretar la complejidad del contexto social y reconocer sus necesidades. Por otro hay que proponer y fomentar una cultura de la participación, porque sólo con un sistema educativo capaz de proponer un recorrido formativo complejo, articulado y progresivo se puede llegar a una meta alcanzable en términos de participación. Por esta razón yo le tributo una importancia fundamental al trabajo en pequeños grupos desde la más tierna edad para desarrollar poco a poco la consciencia de la importancia que tiene ser parte de un grupo, aportar al grupo, crecer con el grupo para trasladar progresivamente todo ese aprendizaje a nuestra sociedad. Por eso hay que asociar la práctica (no hay que olvidar que al final y al cabo la participación es una práctica) de la participación al concepto de progresión: desde el ser parte de un grupo hasta la autonomía que, en otras palabras, quiere decir ser capaz de asumir la responsabilidad que comporta la toma de decisiones y situarse en el papel de formular propuestas para contestar a problemas prácticos. Claro, que el pasaje para pasar del pequeño grupo a la sociedad civil es muy grande y por eso hay que pensar en el concepto de participación como un proceso que acompaña el ciudadano desde su nacimiento a lo largo de toda su vida. Pienso que está justo en este pasaje el reto fundamental que se plantea a todos lo que trabajan en el ámbito educativo: acompañar para despertar conciencias. Creo que ahora queda bastante claro porqué hablo de la participación como algo complejo y articulado que no se puede poner bajo la lógica de una definición. Participar quiere decir ser parte de un todo, de un proceso del cual nosotros jugamos un papel protagonista, y eso no es un don divino sino algo que tenemos que aprender. Finalmente, subrayar que la participación es un elemento imprescindible de una democracia madura y es la forma mejor para luchar contra la exclusión social y la discriminación.

¿Qué significa aprender a exigir?

Creo que es una definición genial del concepto “participación”. Aprender a pedir hasta llegar al punto de aprender a exigir nos muestra que tenemos la capacidad suficiente y la consciencia de saber cuáles son nuestras necesidades, cuál es nuestra situación, cuales son las especificidades del contexto en el que vivimos. A partir de ese análisis previo conseguiremos la capacidad para ir al lugar en el que las instituciones tienen que darnos una respuesta. Si es verdad que somos ciudadanos, que formamos dignamente parte de este mundo, también es verdad que merecemos atención. Será entonces cuando aprenderemos a hacer que se escuche nuestra voz, a dar visibilidad a nuestra necesidades, a defender nuestros propios derechos (que nos pertenecen) mediante la habilidad de dirigirnos a los lugares en los que pueden darnos una respuesta. Podríamos tomar el ejemplo práctico de los jóvenes cuando aprenden a desarrollar sus proyectos: cómo traducir una idea a un proyecto, cómo obtener financiación, cómo conseguir una subvención, cómo cumplimentar un formulario, cómo enviarlo, con quién contar, en quién apoyarse (gestion de un grupo de trabajo), o sea, todo aquello que podríamos resumir en el concepto de habilidades sociales. Las habilidades sociales son algo más que la capacidad interpersonal de relacionarse, son también (y quizás, sobretodo) la capacidad de orientarse en la complejidad de la sociedad. Aprender a pedir implica a conocer dónde estamos y dónde tenemos que ir para encontrar un interlocutor de las instituciones, de las personas que tienen el poder o que tendrían que defender los derechos para efectivamente hacer que sean respetados. Todas estas cuestiones que tienen que ver con la capacidad de relación y las habilidades sociales en realidad tendrían que ser parte del bagaje de cada persona. Hay que educar para aprender a participar y ejercer esta facultad en consonancia con la capacidad de pedir dando una forma y un contenido a lo que pedimos para exigir finalmente lo que nos corresponde. En realidad creo que solamente una consciencia despierta permite el salto fundamental entre aprender a pedir y aprender a exigir.

¿Qué es la solidaridad?

Solidaridad procede de la palabra “sólido”, o sea, ser compacto, capacidad de unirse a los otros, de estar, de compartir con los otros. Todo eso presupone la capacidad y la voluntad de identificarse, de ponerse en la piel de los demas. En realidad, bajo ese punto de vista y por ciertos aspectos, no estamos muy lejos del concepto cristiano de compasión, que procede desde el latino cum passio, o sea vivir una pasion juntos, partir o sentir con el otro. Tengo que decir claramente que la solidaridad es un concepto y una práctica que ha tenido una cierta “suerte” (éxito) en los últimos años. Tanto, que este término muchas veces se emplea de manera impropia. Lo que a menudo se olvida es que la solidaridad necesita un paso previo fundamental: reconocer al otro y ponerle atención. Por eso la verdadera solidaridad pide al individuo el desarrollo de su sensibilidad y la atención al otro. Uno de los problemas de nuestra sociedad es que hay demasiadas categorías de gente, demasiadas personas que son invisibles. Por un lado, porque la sociedad de la imagen con sus modelos ideales oculta a esas personas que pertenecen a las categorías más débiles (los “inadecuados” no tienen que verse) y por otro porque no queremos ver. Poner la atención en los demás no significa exclusivamente saber que hay otra persona, sino elegir hacer un esfuerzo vital: dedicar nuestro tiempo, nuestra energía, nuestra formación para atender a esa persona. Pasar a la acción requiere un esfuerzo muy grande, pide una fuerte motivación. Motivación, para los que trabajan en el ámbito del voluntariado, es otra “palabra mágica”. No quiero decir demasiado sobre este concepto, sólo quiero subrayar que la motivación tiene su fundamento en el interés personal y que los intereses personales los plasmamos a partir de nuestro sistema de valores. En definitiva lo que elegimos tiene sus raíces en nuestros valores, el auténtico punto de referencia de nuestro camino en la vida. Si el paso preliminar e indispensable para ser solidario es aprender a mirar a nuestro alrededor, no hace falta que os diga la importancia que tiene la educación en valores para motivar los potenciales voluntarios y guiar sus acciones.


¿Qué relación hay entre el trabajo internacional y el trabajo local?

El elemento más importante es que nunca tenemos que perder de vista el hecho de que siempre se trabaja a nivel l

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