Del voluntariado a una fábrica de galletas
Fecha: 18.02.2013 | Fuente: www.lne.es
La joven Vinka Tudor descubre en Avilés su vocación por desarrollar una industria familiar de repostería en su tierra natal, la isla croata de Hvar
Vinka Tudor. Foto Ricardo Solís  
E. Campo. Vinka Tudor llegó a Avilés como voluntaria y ahora, a punto de regresar a su croacia natal, ha descubierto que su futuro está al lado de casa. Son las sorpresas de «un camino muy raro», según cuenta la propia voluntaria. Llegar a España fue casi de carambola, tras participar en una organización de su ciudad que trabaja con personas con discapacidad. Un día llegó la posibilidad, y Tudor no se lo pensó dos veces: cambió su Isla de Hvar -la Ibiza de Croacia, como ella misma explica- por Avilés y por la huerta La Libélula, en la que trabajó durante los últimos meses.

«Nunca antes había estado en España, y lo que se conoce fuera son las grandes ciudades, como Madrid, Barcelona y Sevilla, Avilés no sabía ni lo que era. Pero me encanta estar en el norte». Aunque Vinka Tudor llegó sin hablar español, ahora lo maneja fluidamente. «El dialecto de mi pueblo tiene muchas palabras en italiano, y eso me ayudó», explica.

Sus sentimientos son encontrados ahora que llegó el momento del retorno. «Tengo ganas de volver, mero me da un no se qué cada vez que pienso que voy a dejar Avilés». Sin embargo, su destino está ahora claro: va a abrir un negocio en su isla. «Mi familia hace unas galletas tradicionales, que se llaman Paprenjol, y quiero comercializarlas». Estas galletas, que tienen azafrán, aceite de oliva y vino dulce entre sus ingredientes fundamentales, ya constan en un libro del siglo XVI. Por eso Tudor pretende conseguir que sean patrimonio cultural de la Unesco, como ya lo es su pueblo. El aprendizaje de los meses pasados en Avilés le será útil por dos razones: el español que aprendió y las nociones de agricultura, que le servirán para plantar el azafrán que necesita para elaborar las galletas.

Tras diez años trabajando en una oficina, Vinka Tudor quería cambiar de vida y lo hizo justo dentro del límite de edad para participar en el Servicio de Voluntariado Europeo, que es para menores de 30 años. «No estaba buscando ningún proyecto en especial, pero el de la huerta me gustó. No quería seguir delante de un ordenador». Así que cambió el despacho por las azadas y la tierra, que no le resultaron tan ajenas porque recordó de golpe las enseñanzas que recibiera de su padre en la infancia.

El trabajo de voluntariado le permitió a Tudor descubrir una nueva cultura, y también hacer amigos. «La gente de Asturias no es ni muy fría ni muy cálida; los primeros meses me costaron un poco pero ahora una parte de mí no se quiere ir, es como mi nueva casa y me da pena dejarla», reconoce. En un futuro le gustaría volver a enrolarse en un proyecto de voluntariado, tal vez en África, ya que tiene contactos en alguna misión. «Desde pequeña siempre quise hacer un voluntariado. Y venir a Avilés significó un cambio en mi vida, cerrar una página y abrir otra».

Ella recomienda vivamente la experiencia, que le permitiró estrechar lazos con voluntarios de todo el mundo, como Alemania, Inglaterra, Grecia e Irlanda: «Todo el mundo puede hacer un voluntariado en el Servicio Europeo. Es una experiencia que tendrás para toda la vida».