«Nunca
antes había estado en España, y lo que se conoce fuera son las grandes
ciudades, como Madrid, Barcelona y Sevilla, Avilés no sabía ni lo que
era. Pero me encanta estar en el norte». Aunque Vinka Tudor llegó sin
hablar español, ahora lo maneja fluidamente. «El dialecto de mi pueblo
tiene muchas palabras en italiano, y eso me ayudó», explica.
Sus
sentimientos son encontrados ahora que llegó el momento del retorno.
«Tengo ganas de volver, mero me da un no se qué cada vez que pienso que
voy a dejar Avilés». Sin embargo, su destino está ahora claro: va a
abrir un negocio en su isla. «Mi familia hace unas galletas
tradicionales, que se llaman Paprenjol, y quiero comercializarlas».
Estas galletas, que tienen azafrán, aceite de oliva y vino dulce entre
sus ingredientes fundamentales, ya constan en un libro del siglo XVI.
Por eso Tudor pretende conseguir que sean patrimonio cultural de la
Unesco, como ya lo es su pueblo. El aprendizaje de los meses pasados en
Avilés le será útil por dos razones: el español que aprendió y las
nociones de agricultura, que le servirán para plantar el azafrán que
necesita para elaborar las galletas.
Tras diez años trabajando
en una oficina, Vinka Tudor quería cambiar de vida y lo hizo justo
dentro del límite de edad para participar en el Servicio de Voluntariado
Europeo, que es para menores de 30 años. «No estaba buscando ningún
proyecto en especial, pero el de la huerta me gustó. No quería seguir
delante de un ordenador». Así que cambió el despacho por las azadas y la
tierra, que no le resultaron tan ajenas porque recordó de golpe las
enseñanzas que recibiera de su padre en la infancia.
El
trabajo de voluntariado le permitió a Tudor descubrir una nueva cultura,
y también hacer amigos. «La gente de Asturias no es ni muy fría ni muy
cálida; los primeros meses me costaron un poco pero ahora una parte de
mí no se quiere ir, es como mi nueva casa y me da pena dejarla»,
reconoce. En un futuro le gustaría volver a enrolarse en un proyecto de
voluntariado, tal vez en África, ya que tiene contactos en alguna
misión. «Desde pequeña siempre quise hacer un voluntariado. Y venir a
Avilés significó un cambio en mi vida, cerrar una página y abrir otra».
Ella
recomienda vivamente la experiencia, que le permitiró estrechar lazos
con voluntarios de todo el mundo, como Alemania, Inglaterra, Grecia e
Irlanda: «Todo el mundo puede hacer un voluntariado en el Servicio
Europeo. Es una experiencia que tendrás para toda la vida».