La solidaridad no coge vacaciones, y cada verano aumentan las posibilidades de implicarse en múltiples causas de justicia social y promoción de la ecología, la salud, la integración o la paz. Hay campamentos de verano para menores, personas con discapacidad y ‘sin techo’; hay campos de voluntariado ambiental y encuentros de convivencia entre pacientes de las llamadas enfermedades raras; hay proyectos de vacaciones por la paz y viajes solidarios a numerosos destinos del mundo pobre. Y siempre queda la opción de contribuir al desarrollo de éste haciendo turismo justo y responsable para beneficiar a sus ciudadanos sin dañar su riqueza natural y cultural.

Las iniciativas son tan numerosas que su magnitud solidaria apenas se vislumbra parcialmente tras un ramillete de ejemplos simbólicos. Como ese “Bosque de los Sueños” que cubre de ilusiones la convivencia de 88 niños con y sin discapacidad en el pueblo leonés de Cubillos del Sil. La idea partió de la Federación Nacional de Aspaym (Asociación de Parapléjicos y Grandes Minusválidos), integrada en una estructura confederal, la Plataforma Representativa Estatal de Discapacitados Físicos (Predif), que ha hecho del turismo accesible una de las reivindicaciones para garantizar un ocio normalizado y sin barreras. El campamento tiene ya diez cabañas adaptadas y automatizadas gracias a las nuevas tecnologías domóticas, y está pendiente de completar la financiación de otras seis.

Simbólico es también el esfuerzo a favor de colectivos necesitados de especial atención de Cáritas-Valencia, que ha organizado dos campamentos de verano para 60 niños y adolescentes en riesgo de exclusión, dos acampadas para personas sin hogar y una convivencia vacacional de enfermos psíquicos en dos viviendas tuteladas. La geografía solidaria de estas iniciativas desborda la propia comunidad autónoma (Moixent en Valencia y Moraira en Alicante) para llegar a Castilla-La Mancha y Cataluña o para acercarse al cielo pirenaico. Monitores, educadores y voluntarios apoyan los objetivos integradores de esas iniciativas, aunque los organizadores desearían un mayor voluntariado en los campamentos infantiles, 15 personas, para hacer un seguimiento aún más individualizado de los 60 menores.

Convivir

Los campamentos de verano son una herramienta socializadora idónea para fomentar valores de paz, igualdad y solidaridad a través del juego y la relación con el medio ambiente. Es lo que ha hecho el Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL) con su sexta edición del proyecto “Integración en centros escolares de Primaria” en el pueblo albaceteño de Peñascosa. Y lo que hará la ecologista WWF-Adena en varios escenarios privilegiados (Sierra Nevada, Cabañeros, Picos de Europa), con campos de voluntariado ambiental que ofrecen un “verano diferente” que combina actividades de conservación, conocimiento del entorno natural y sensibilización de las poblaciones locales. La posibilidad de disfrutar de la naturaleza y a la vez conservarla se ha demostrado irresistible, como confirma la larga lista que espera un hueco de última hora tras cubrirse las plazas previstas.

La salud, y más cuando hay ‘enfermedades raras’ que favorecen el aislamiento social de sus pacientes, se ha hecho un hueco en las inquietudes solidarias de este verano. Un campamento reunirá en una granja-escuela de la provincia de Madrid a niños con el Síndrome de Prader-Willi (SPW), que afecta a uno de cada 15.000 nacidos y tiene como rasgos clínicos la obesidad, un tono muscular disminuido, cierto retardo mental y menor desarrollo genital. El ansia de comer incontrolable, unida a la menor necesidad de alimentos por tener menos masa muscular y quemar menos calorías, desemboca en la gordura y, de rebote, en un sentimiento de incomprensión y discriminación que aboca a la soledad, sobre todo en la adolescencia. De ahí el objetivo básico de esta iniciativa: conocer a otros menores “como ellos”, intercambiar experiencias y vivencias, aprender juntos a sacarle el máximo partido a la vida cotidiana.

Viajar

Lo que nunca falta es el perfil solidario de esa actividad típicamente vacacional que es viajar. Viajar en ambas direcciones, del mundo rico al pobre y viceversa. Acoger, por ejemplo, el I Campus Internacional de la Solidaridad en las tierras cacereñas de Cuacos de Yuste, donde Save the Children y Mensajeros de la Paz han hecho posible que 46 menores iraquíes de diferentes grupos culturales y religiosos compartan juegos y talleres, se conozcan mejor y ‘aprendan’ a respetar su diversidad y a resolver pacíficamente las disputas que sus mayores suelen arreglar a tiros. En la misma perspectiva de mutuo conocimiento y convivencia, pero entre niños españoles y palestinos, Paz Ahora ha organizado en otras dos localidades extremeñas, Pasarón de la Vera y Talayuela, unas nuevas “vacaciones por la paz” (el proyecto cumple ya diez años) con 25 chavales llegados de Palestina.

En cuanto a viajes solidarios hacia los países en desarrollo, la lista se alarga cada año y aumentan las organizaciones que promueven iniciativas de turismo justo, brigadas solidarias o campos de trabajo: Acsud-Las Segovias, Asamblea de Cooperación por la Paz, Asociación para el Fomento de la Intercultura de los Pueblos, Fundación Vicente Ferrer, Setem, Red de Consumo Solidario, Sodepaz... Y no faltan proyectos surgidos en el propio Sur, humildes en su capacidad ‘hotelera’ pero ambiciosos en objetivos de desarrollo integral comunitario e intercambio con sus visitantes. Como la ecuatoriana Red Indígena de Comunidades del Alto Napo para la Convivencia Intercultural y el Ecoturismo (RICANCIE), que nació en 1993 con apoyo de Ayuda en Acción y que camina ya exitosamente sola: la Expo-2000 de Hannover la premió como uno de los doce mejores proyectos mundiales de turismo alternativo.

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