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Foto,Carles Ribas. Andrés Encinas de "Radar vecinal" | |
Natalia Bravo. A Dictinio Romero le faltaba una semana para cumplir 82 años. Gallego
de origen, vivió solo durante las más de tres décadas que residió en
Barcelona. No pasó por la vicaría, ni tuvo hijos; tampoco se le conocían
familiares que le visitaran. Aunque trabajó en la marina de joven, los
vecinos le conocían como el vigilante del antiguo aparcamiento del
pasaje de Valeri Serra, en el Eixample, donde vivía. Al jubilarse se
aisló de la sociedad. Nada difícil en una finca sin un ascensor donde
charlar sobre el tiempo con el vecindario y en una ciudad cambiante con
núcleos familiares y estilos de vida muy distintos de los de hace unos
años. Sentado en su sillón aterciopelado de color musgo, acompañado por
su soledad, a una semana de su cumpleaños, soltó su último aliento.
La historia de Dictinio es una realidad oculta a ojos de la sociedad.
En Barcelona hay 329.748 personas mayores de 65 años y el 25% viven
solas, según el Ayuntamiento. Durante la vejez es cuando más fácilmente
se puede experimentar la soledad y el aislamiento. Mientras que en el
espacio digital la comunicación se acelera, la vida real se aleja de las
personas y se abandonan las relaciones tradicionales.
En este contexto, hace cuatro años el Ayuntamiento y entidades como
Amics de la Gent Gran y la Creu Roja activaron el proyecto Radars, para
atender a mayores 85 años que viven solos o acompañados de otra persona
mayor de 65 años. El proyecto, impulsado por el Área de Calidad de Vida,
Igualdad y Deportes del Ayuntamiento, consiste en la coordinación de
entidades por parte de un equipo que busca la complicidad y
sensibilización de vecinos y comerciantes para que velen por el
bienestar de estos.
La idea nació en el barrio del Camp d’en Grassot, del distrito de
Gràcia, con la vista puesta en que fuera un proyecto para toda la
ciudad. De las 512 personas mayores de 85 años que viven en el barrio
(el 29% de los mayores de 65 años del barrio), han devuelto la ilusión
por vivir a 277 personas durante estos cuatro años, con la ayuda de más
de 200 vecinos y comerciantes. Después de consolidarlo con gran éxito en
el barrio en verano saltó a Sant Gervasi Galvany (Sarrià) y a El Coll
(Gràcia). A finales de este mes está planeado ponerlo en marcha en el
Camp de l’Arpa y hasta finales de año a todo el distrito de
Horta-Guinardó. Entre 2013 y 2014 está prevista la implantación en toda
la ciudad. “Es importante crear un tejido social que vincule a todo un barrio
para llevar a cabo Radars y eso es un proceso muy lento”, explica Anna
Garcia, coordinadora del proyecto en Creu Roja. El proceso empieza con
los voluntarios, que inician un puerta a puerta para detectar posibles
usuarios y también radares que quieran apuntarse al proyecto.
Una vez localizados los posibles usuarios, si acceden, se les entrevista
para conocer su situación y en qué grado de soledad viven: si es por
cambios sociales, por familiares lejanos, por movilidad reducida... En
función de cada usuario y sus necesidades se diseña el servicio. Siempre
y cuando el usuario lo permita, se buscan vecinos y comerciantes que le
vean a diario. “Si vemos que hace días que no baja ni sube la persiana,
o si hace tiempo que no acude al casal, por ejemplo, avisamos a los
servicios sociales para que intervengan”, explica Andrés Encinas, radar
vecinal y miembro de la entidad colaboradora Amics i Amigues de la
Sedeta.
A los usuarios también se les hace un seguimiento telefónico, explica
Marisol Solís, voluntaria de la Creu Roja, jubilada y de 72 años: “En
cada llamada le refresco cosas que charlamos en la última conversación;
así también le ayudo a que ejercite la memoria”. Solís, quien mantiene
al principio solo una relación telefónica con los usuarios, explica que
estos se sorprenden cuando la conocen en persona. “Mi voz les engaña, y
cuando les visitamos por Sant Jordi para regalarles una rosa, esperan
que Marisol sea una chica joven y no una mujer cercana a su edad”.
Solís, que nunca se casó ni tuvo hijos —“aunque sobrinos sí”—, dice que
vivir este proyecto desde el voluntariado también la mantiene activa.
“Ayudando me siento útil”, celebra. Amics de la Gent Gran, por su parte,
se encarga por completo de la gestión del barrio de El Coll. Cada uno
de los voluntarios de la organización visita dos horas a la semana un
usuario. “No hacemos funciones de asistencia social, solo somos sus
amigos, buscamos un vínculo emocional”, explica Mónica Lucena,
responsable del departamento social de la entidad.
Implantar el proyecto en el Camp d’en Grassot “ha sido un trabajo de
hormiguita”, resume, “pero estamos satisfechos de que hoy todo el barrio
sepa qué es Radars, de hacer visibles a todos los abuelos, no nos
olvidamos de ellos”.
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