La hora de la solidaridad
Fecha: 02.10.2007 | Fuente: www.lagaceta.com
Los voluntarios aseguran que este es un pueblo solidario, pero reconocen que son muchas las necesidades. “No solamente hay que dar, sino también no quitar”, advierten.
ESFUERZO LOABLE. En el FANN, se brinda a 600 chicos alimentación, educación y atención psicológica. LA GACETA / JOSE NUNO  

Para darnos cuenta del valor de un año, pensemos en aquel que se recupera de una tragedia.
Para darnos cuenta del valor de un mes, pensemos en una madre que da a luz prematuramente.
Para darnos cuenta del valor de una semana, pensemos en una familia que vive a la intemperie en invierno.
Para darnos cuenta del valor de una hora, pensemos en un adicto que lucha por no tomar.
Para darnos cuenta del valor de un minuto, pensemos en alguien que se salva de un accidente.
Para darnos cuenta del valor de un segundo, pensemos en un atleta con capacidades diferentes que gana una medalla.
Para darnos cuenta del valor de una milésima de segundo, pensemos en un cartonero con hambre. En un niño descalzo. En un viejo tiritando. Pensemos en el otro... Eso es lo que hacen los solidarios, aquellos que emprenden valiosas y silenciosas acciones en comunidades a veces recónditas, intentando devolverles la alegría a los olvidados.

Nelly Carrasco Abascal es uno de esos seres que ofrendan sus horas a ajenos. “Me gusta servir al prójimo. Esa es mi pasión”, dice con simpleza la mujer de 48 años que lleva varios años de su vida en el voluntariado. La técnica de primeros auxilios y socorrista trabaja en un comedor parroquial. Cada mediodía, parte hacia Villa Carmela con un bolso repleto de alimentos y con el alma atiborrada de abnegación. Al crepúsculo, regresa cargando su bolsa vacía y el pecho inflado. Es que después de cocinar, de quitar piojos y de curar pies llagados por la falta de zapatillas, los destinatarios de su solidaridad le convidan un cúmulo de caricias que recompensa la entrega.

Empero, advierte que no se trata solamente de dar, sino también de no “quitar la dignidad”. Por ello, la sanitaria pregona que hay que enseñar a los más humildes a plantar una huerta o a realizar oficios manuales, a modo de ejemplo. “Ellos no deben pensar que los estamos solventando; al contrario, tenemos que hacer que se sientan útiles”.

El cielo con las manos
Cada mañana, el mismo trago. Suena el despertador, lo que suele significar que se regresa a la posición erguida característica de nuestra especie y, en el caso de Lucía Carrasco, también a la sujeción que le da sentido a su vida. “El motor de mis días es saber que, cuando me levanto, hago un bien a alguien”, relata la joven mamá de 33 años.
No se equivoca. La directora de la Fundación de Ayuda al Niño Necesitado (Fann) trabaja desde hace 15 años en la institución que actualmente alberga aproximadamente a 600 chicos, a los que brindan alimentación, educación, atención psicológica, fonoaudiología y estimulación temprana. “Gracias al voluntariado, soy feliz cada amanecer. Siento que he tocado el cielo con las manos”, confía.
Lo cierto es que no existe freno alguno para la vocación visceral de esta mujer, que desde que era una adolescente se desvive por conseguir dinero para llenar la panza de sus retoños. “Esto es una linda obligación, no sólo para mí, sino también para todas las personas que trabajamos aquí. Crecemos como seres humanos y encontramos la satisfacción de servir”.

La sangre de José Bellomio se vuelve espuma de la urgencia por ayudar. Porque el hombre de mirada cálida y sonrisa empalagosa es uno de los directivos de la Fundación Pro Vera Vita, que desde hace una década alberga a más de un centenar de chicos humildes. La institución, emplazada en Yerba Buena, intenta darles una mano a quienes no logran zafarse de las redes de la drogadicción. También brinda asesoría legal y cuenta con apoyo escolar para estudiantes primarios. Además, hasta el viernes funcionaba allí un comedor.  

Platos vacíos
Pero desde hace dos días los platos están vacíos, puesto que dejaron de recibir fondos de un plan estatal. “Hay mucha gente solidaria en la provincia. De hecho, nuestras puertas siguen abiertas gracias a las donaciones que recibimos de ellos. Sin embargo, tuvimos que cerrar el comedor por falta de sustento”, comenta con un dejo amargo.
Con todo, los voluntarios de Pro Vera Vita confían en volver a llenar las ollas. Están convencidos de que el desarrollo de la cultura del voluntariado brinda ayudas imprescindibles y también interviene en la recomposición de los lazos y valores sociales erosionados. Es que -concluye Bellomio- la solidaridad es dejar de fijarse en uno mismo y comenzar a mirar alrededor.

Para darnos cuenta del valor de una millonésima de segundo, pensemos en aquellos a los que este mediodía les faltará el pan.

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