¿Quién financia el voluntariado?
Fecha: 06.05.2005 | Fuente: Diario de Sevilla
Opinión: José Carlos García Fajardo profesor de historia del pensamiento político de la Universidad Complutense de Madrid
José Carlos García Fajardo profesor de historia del pensamiento político de la UCM  
Millones de personas en todas partes dedican libremente una parte de su tiempo para ayudar a los demás, sobre todo a los más necesitados, sin esperar nada a cambio.

El voluntariado social encarna una firme esperanza y es preciso ser capaces de dar razón de la misma. Se puede vivir sin fe y aún sin la experiencia de amor, pero no se puede sobrevivir sin esperanza.

Otros voluntariados no suelen estar dominados por la pasión de la justicia –que debe fundamentar la actividad del voluntario social– y corren el riesgo de institucionalizar los efectos al enmascarar las causas. No es otra cosa la solidaridad sino la respuesta ante desigualdades injustas al hacer propias las desgracias ajenas.

Por eso, en nuestros días se plantea con crudeza el tema fundamental de quién debe financiar el voluntariado social. Algunos critican a las asociaciones humanitarias porque aceptan fondos de los ayuntamientos, de comunidades autónomas o de los servicios sociales del Estado para poder desarrollar programas sociales bien planificados y de los que darán estrictas cuentas documentadas.

Otros censuran que empresas y fundaciones ayuden a sufragar parte de los gastos de esos programas sociales, salvo que se lleven a cabo en países extranjeros como programas de ayuda al desarrollo. Gran candidez.

El problema surge cuando ONG –que no quieren depender de confesiones religiosas ni de partidos políticos ni de grupo de presión alguno– desean desarrollar inaplazables programas de acción social. Como cárceles, personas discapacitadas, ancianos abandonados, niños en riesgo, inmigrantes, drogadictos, enfermos terminales, transeúntes y excluidos.

Entonces, algunos puristas sostienen que los voluntarios bastante hacen con su ayuda. No puedo estar de acuerdo. ¿Cómo que hacen bastante? Esa no es una actitud solidaria, porque no es justa. Es la presunción característica del rico hacia el pobre, del fuerte hacia el débil, del etnocentrista hacia el colonizado.

Es preciso poner las cosas sobre el tapete. Los voluntarios llegan a las sedes de las ONG y piden información, folletos y garantías en el servicio. Eligen el que más les gusta y esperan que se les forme para ser eficaces y no meter la pata. Si se trata de desplazamientos, hay que abonarles el transporte y, por Ley, tenemos que suscribir una póliza de seguros que cubra a todos los voluntarios en sus tareas. Nada más justo. Si se trata de participar en un servicio como atender a las personas sin hogar, cuentan con que tendremos hervidores para la leche, frigoríficos para la comida, pan y leche y todo lo demás para hacer los bocadillos. Aparte de unos locales acondicionados, personas que van a por los productos, que los almacenan y que limpian. ¿Cómo creen que se paga todo esto cuando sólo en ese servicio utilizamos más de diez toneladas de alimentos al año? Los candidatos a voluntarios de hoy pretenden encontrarlo todo hecho.

Pues bien, por culpa de una insoportable educación en la gratuidad y en que todo nos tiene que venir dado, en esta sociedad hedonista y del mínimo esfuerzo, algunos voluntarios pretenden que no tienen que contribuir al costo de esos servicios porque ya ayudan con su trabajo. ¿Cómo vamos a mantener la independencia y autonomía que nos exigen si ellos no cooperan? No digamos ya cuando les pides que paguen el material didáctico de formación y los instrumentos para el trabajo. Algunos hasta discuten esta cooperación solidaria.

Estoy convencido de que los voluntarios sociales que acuden a nuestras sedes en busca de un servicio adecuado a sus preferencias han de contribuir al mantenimiento de la entidad. Para poder participar, para estar bien informados y para contribuir con sus sugerencias. ¿Es mucho pedir unos euros al mes a una persona adulta, o la mitad a los estudiantes en razón de su estado?

Es preciso formarlos adecuadamente en que la solidaridad empieza en la misma asociación y con los compañeros del servicio. De lo contrario, es preferible que se vuelvan a la comodidad de sus casas, o a centros que tienen otras financiaciones porque persiguen otros fines, y nosotros volveremos a comenzar desde cero, si es preciso.

Ya conozco lo que es eso. Produce una gran tristeza comprobar cómo se nos van los mejores de los empleados que hemos preparado durante años porque les pagan en empresas públicas y en privadas sueldos acordes con el mercado. Y eso es muy natural.

Como presidente de Solidarios para el Desarrollo tengo que velar por la continuidad, ampliación y mejora de los servicios sociales que hemos emprendido libremente. En todas las universidades, los profesores y el resto de los funcionarios pagamos una cuota para poder utilizar los servicios deportivos, gimnasios, piscinas, y clases de yoga, taichí, zen o artes marciales. En cualquier club en el que pretendamos participar para ejercitarnos o para descansar, se paga una cuota mensual o anual para que te acepten.

¿Por qué no ha de ser así en los servicios del voluntariado social? Como considero que es una cuestión de educación y de formación adecuadas, lanzo el guante y me atendré a las consecuencias.

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